Antes de encender la grabadora, Natalia Verbeke (Buenos Aires, 1975) y yo intercambiamos fotos de nuestros hijos y despotricamos sobre el paso del tiempo. La conversación cobra aún más sentido cuando empezamos la entrevista, motivada por ‘Todos los lados de la cama’. La película, que llega a los cines el viernes 14 de noviembre, recupera 23 años después el personaje de ‘El otro lado de la cama’ que, junto a los de ‘El hijo de la novia’ y ‘Días de fútbol’, convirtió a Natalia en la actriz de moda a principios de siglo. «¿Sabes qué? Soy más feliz ahora», suelta, con esa risa tan suya que gira cabezas.
- ¿No te impresiona que hayan pasado tantos años?
- Claro, pero me gusta el cambio que ha habido desde entonces. Aquel personaje que era Paula en ‘El otro lado…’, una niña inocente e incluso bobalicona en algún momento, ha madurado y no tiene absolutamente nada que ver. Se ha convertido en una mujer mucho más hecha, más completa, más compleja. De algún modo, es lo mismo que me ha pasado a mí desde entonces. Y es bellísimo madurar.
- Todos los personajes de la original han madurado, para bien o para mal, incluso el de Alberto San Juan. El único que se resiste es Javier [Ernesto Alterio].
- Es mucho más fácil ser inmaduro a los 50 siendo un tío [risas]. La mujer, desde el momento que nace, está diseñada para tener que demostrar el doble y crecer. Está en nuestro ADN, aunque yo tengo alguna amiga que también se ha resistido y, oye, se lo pasa muy bien.
- ¿Disfrutaste el reencuentro?
- Me ha hecho mucha ilusión porque, aunque son mis amigos y los veo y los quiero, trabajar juntos otra vez me apetecía un montón. Sobre todo con Pilar Castro, que por algún motivo solo habíamos compartido una secuencia en toda nuestra vida, en ‘Días de fútbol’, y es una persona a la que quiero muchísimo y me apetecía mogollón trabajar con ella. Es el caso contrario a Ernesto, que es mi pareja perenne, estoy harta de él ya [risas]. Es muy bonito vernos todos ya mayores, porque lo somos, pudiendo jugar y divertirnos. Creo que se nota ese espíritu y esa complicidad.
- ¿Habéis regateado a la nostalgia?
- Sí, porque aún queda mucho por delante como para estar ya mirando atrás. Yo he cumplido 50 este año y te puedo decir que todo eso de la crisis es una chorrada que se ha quedado antigua. Ahora llegamos a los 50 estupendamente. Estamos fenomenal. Míranos.
- No me pongas años.
- No te queda tanto. Además, ¿qué más te da? A mí no me afecta nada cumplirlos. Ayer tuve una conversación súper bonita con mi madre. Le pregunté cómo es mirarse al espejo a los 81 años, porque yo a veces siento que mi edad mental y mi vitalidad no se corresponden con lo que se espera de mi edad física, me siento igual que hace 10 años. Y mi madre me respondió: «Me veo muy bien porque hay que saber aceptar el paso del tiempo sin engañarse». Yo quiero eso para mí. Carmen Maura me dijo una vez: «Niña, a mí me han seguido dando tantos papeles porque acepto envejecer y, entonces, puedo hacer de abuela. Hay muchas actrices de mi edad que no pueden hacer de abuela porque se han estirado demasiado intentando seguir siendo jóvenes». Así que nada de cirugía. Cuidarse, gimnasio y asumir mi edad.
- En los últimos años has tenido un resurgir laboral evidente tras pasar el tristemente habitual bache de las actrices de 40.
- Sí, no se ha arreglado del todo, pero está habiendo una mejoría evidente. Supongo que este cambio tiene que ver con que hay, al fin, una cantidad enorme de mujeres trabajando en la dirección, la producción, la escritura… Estamos viendo papeles de mujeres reales que antes no se veían. En mi caso, sin duda, ahora me siento una afortunada porque estoy trabajando muchísimo y con cosas muy interesantes. Además, lo afronto ya todo desde otro lugar.
- ¿Qué lugar?
- Todo me importa menos. He puesto mis prioridades en otro lado y me permito fallar, atreverme y divertirme sin juzgarme. Es que yo era muy cabrona conmigo misma, no me pasaba una. Las actrices solemos tener una autoexigencia casi insana, esa sensación de tener que demostrar siempre el doble que los hombres, pues ya no me da la gana. Ya he demostrado lo que tenía que demostrar, sé que puedo hacerlo bien y ahora quiero disfrutar de mi trabajo.
- ¿No disfrutaste aquellos años de éxito absoluto?
- Es curioso, porque mis mejores años profesionales fueron a la vez los peores a nivel personal. No entendía lo que estaba pasando y me sentía como una impostora. A partir del estreno de ‘El hijo de la novia’, no paré de viajar y todo lo que pasó con ‘El otro lado…’ y ‘Días de fútbol’ [en ese momento, dos de las cinco películas españolas más vistas de la historia] me pilló trabajando en Estados Unidos e Inglaterra. Cuando vuelvo a España después de dos años fuera, me encuentro con que soy un personaje famoso y yo no había vivido ese proceso, no había hecho una transición, fue de golpe. Me fui siendo casi anónima y volví siendo una estrella.
- ¿Te vino grande?
- Totalmente. En vez de disfrutarlo, me pesó un montón. No tanto en el sentido de que me pararan por la calle o me mirarán en todos lados, que eso se acaba llevando, sino en mi cabeza. ¿Ahora qué querrán de mí? ¿Ahora qué voy a tener que demostrar? ¿Me merezco todo esto? Una exigencia tan brutal que no me permitió disfrutarlo. Me da rabia, porque fue un momento estupendo, pero ahora soy más feliz con menos.
- Además, eras un tipo de estrella que tiene aún más carga, eso tan grimoso del sex symbol o el mito erótico
- Es cierto que lo era, pero nunca lo comprendí porque cuando tú no te sientes identificada ni juegas a eso ni lo propicias es aún más incómodo. Nunca he sido de esas chicas que van por la calle y la gente se vuelve, pero me pusieron la etiqueta de tía cañón y, como no me he identificado jamás con eso, era raro y un poco incómodo. Supongo que al ser películas tan generacionales también hubo algo de ese mito de la vecina mona. No sé, pero mentalmente fue algo que también me pesó. Cierta cosificación, ciertas miradas…
- ¿Quitarte ese cartel, aunque en su momento te costó tener menos trabajo, te ha liberado?
- La liberación te la dan la edad, las cicatrices de haber pasado por momentos peores que te hacen crecer y haber sido madre. Cuando eres madre, te dejas de tonterías y pones la importancia en el lugar donde debe estar.
- ¿Qué cicatriz es la que aún te duele?
- Las he trabajado mucho en terapia, pero la que más me tira a veces es que me habría gustado tener más hijos [es madre de una niña de ocho años]. A ver, es una tontería pensarlo porque no habría podido llegar hasta donde he llegado profesionalmente, pero ese sacrificio a veces pesa. También sacrifiqué mucho tiempo con mi familia y mis amigos por trabajar, rodar fuera… Imagino que todo tiene su porqué y su momento y que el hecho de que ahora sea feliz y disfrute tanto mi vida tiene que ver con que a lo mejor antes no lo hiciera. Al fin y al cabo, soy la persona que soy por todos esos pasitos y me gusta esa persona.
- La nueva película, ‘Todos los lados…’, muestra cómo ha cambiado la sexualidad desde 2003. La comparas con ‘El otro lado…’ y hay que ver lo rancios que éramos.
- [Risas] Y qué tontos, lo que nos perdimos. Ahora los jóvenes son muy liberales y muy abiertos, mucho más que nosotros. Me dan muchísima envidia. En el rodaje me sentía como la abuela Cebolleta porque yo les preguntaba a los actores que hacen de nuestros hijos y no me enteraba de nada. Es imposible aprenderse la cantidad de términos que hay ahora para definir las relaciones. ¡Hay que estudiar! Nos matábamos de risa. Yo decía: «Pero, a ver, entonces tu eres bisexual». Y me decían que era una antigua, que eso ya no existe. Nos hemos quedado tan atrás.
- ¿Te habría gustado pillar esta época?
- No lo sé. La mayoría de la juventud actual está en parejas abiertas, cosa que a mí me parece rara. Yo no podría. Me acuerdo que una de las chicas de dirección, que era divina, me preguntó si nunca había estado con una chica y cuando le dije que no, me miró con auténtica lástima, como si fuera una abuela. Seguramente nos hayamos perdido un montón de cosas estupendas, pero, tío, es lo que nos tocó. Somos unos carcas. De todos modos, pareciéndome fantástico que hagan de todo y con todos, creo que se empeñan demasiado en poner nombres a cada pequeña variante de relación.
- ¿Por qué?
- Sería mucho más fácil decir me gusta esta, me gusta este y ya está. Sin tener tanto término que defina cada combinación posible porque, al final, cuando pones un nombre estás acotando. Que cada uno ame a quien le dé la gana sin tanta etiqueta.
- Estás hecha una señora.
- A mucha honra, me encanta que me llamen señora. De todos modos, aunque me da envidia esa libertad sexual que tienen, casi agradezco que no me haya pillado esta época porque creo que me volvería loca. Me quedo con lo conocido porque, en general, soy una persona muy feliz.
- ¿Te ha costado?
- No tanto, sólo en esas épocas que hemos hablado e incluso entonces me resistí. Soy una pesimista que lucha constantemente por ser optimista. Tengo un sentido del humor inmenso y creo que eso es lo que me salva. Me río todo el tiempo, me despierto buscando siempre lo positivo, me obligo a ahuyentar mi pesimismo innato. Me esfuerzo constantemente porque creo que la felicidad no es algo gratuito, la tienes que perseguir. No es que me haya sido fácil, sufro con facilidad, pero intento colocar la angustia donde tiene que estar, que es lo más lejos posible.
