Hablar con Olivia Colman (Norwich, 1974) y Benedict Cumberbatch (Londres, 1976) resulta complicado. No es que sean remisos a hacerlo, simplemente desorienta el entusiasmo con el que se quitan uno al otro la palabra para, acto seguido y de forma entusiasta, darse la razón mutuamente. Discuten, pero sin que se note. Se diría que en la vida real (es decir, la que sale en el Zoom) dan vida exactamente a lo contrario de lo que se ve en la otra vida, la del cine (mucho más real, si cabe).
Los dos protagonizan juntos, y como si se tratara de la misma persona en fiero combate entre ellos y contra sí mismos, Los Rose, la película de Jay Roach recién estrenada y que vuelve a la novela de Warren Adler. Es decir, la cinta que nos ocupa regresa al mismo texto canónico en el que hizo pie la ya clásica adaptación firmada por Danny De Vito en 1989 con Kathleen Turner y Michael Douglas. De repente, las mismas dudas sobre algo tan elemental y a mano como el matrimonio.
P. Después de hacer esta película, ¿creen que el matrimonio tiene aún alguna opción?
Benedict. La verdad, no sé si hay alternativas o el matrimonio es la única opción. Quizá habría que admitir que el matrimonio no es para todos. Eso es importante. Somos muy diferentes y lo que vale para unos, puede ser una pesadilla para los demás. Si nos fijamos en los Rose, lo importante a retener es cómo no hacerlo, es decir, cómo no convertir el matrimonio en una mala opción. No se trata de rechazarlo de plano, sino de llegar a él plenamente consciente de que aceptar una relación a largo plazo, sea con el matrimonio o como sea, es por fuerza algo muy difícil. La vida presenta desafíos, cambia de forma y hay que adaptarse. Y no creo que eso sea excusa para no intentarlo. Sí, es un poco decepcionante.
Olivia. Iba a decir exactamente lo mismo. Sí, estoy de acuerdo.
La película, para situarnos, coloca en el centro no solo la vida en pareja, sino la propia felicidad que pasa por fuerza por apoyarse, comprenderse o, cuanto menos, escucharse. La novedad con respecto a la versión anterior es que el origen de los conflictos, por así decirlo, cambia de género. Si Turner y Douglas seguían el patrón, digamos, patriarcal de un hombre triunfador y una mujer obediente y hasta cierto punto sumisa (hasta que deja de serlo, claro), ahora -nuevos tiempos obligan- la que destaca y prospera profesionalmente es ella mientras él se dedica a los cuidados de la familia. Y así hasta que todo salta por los aires de la misma manera.
De algún modo, y pese a todo, parecería que estamos en el mismo punto. Tampoco es que hayamos avanzado tanto. «Durante mucho tiempo, el equilibrio y felicidad de una pareja han dependido de todo lo que ha estado dispuesta una mujer a sacrificarse. Eso se acabó. Ya no es así y no puede ser así», dice Colman, tajante. Toma la palabra Cumberbatch: «¡Pero eso está en la película! Mi personaje es el mayor fan de su mujer y pelea para que a ella le vayan bien las cosas. Efectivamente, como dice OIivia, las cosas han cambiado y no se admitiría siquiera una película que no reflejara eso». Queda claro.
P. Pero, y pese a todo, ¿no creen que sigue siendo más difícil para un hombre aceptar o simplemente lidiar con el fracaso que para una mujer?
Benedict. En general, independientemente de géneros, los seres humanos necesitamos una cierta validación para tener el coraje de superar nuestros miedos y sentirnos valorados. Vivimos en una sociedad donde la ambición goza de cierto desprestigio y, en verdad, es necesaria… Pero, y aunque estamos lejos de la igualdad, las cosas cada vez están más equilibradas.
Olivia. La presión por triunfar ha estado históricamente del lado del hombre… Ahora no es así. Pero es importante no tener miedo a fracasar. Como artista, no puedes llegar a ser bueno a menos que fracases. Tienes que cometer errores para romper barreras y mejorar.
Benedict. En efecto, nuestro trabajo consiste en buena medida en experimentar y arriesgar. Solo así consigues crecer. Y no se puede lograr eso si te puede el miedo al fracaso. Por supuesto, eliges con quien trabajas y procuras que sea gente agradable para no sentirte mal por equivocarte un par de veces para así poder mejorar la tercera o cuarta.
P. Hablan de fracaso, pero sus carreras están marcadas por el éxito. ¿Cómo se gestiona la avalancha de halagos cuando llega?
Benedict. Con cuidado. Vuelvo a lo mismo de antes, sin el fracaso es imposible sentir la dulzura del éxito. Cuando triunfas sabes que antes del próximo logro de verdad, por el camino te esperan varios tropiezos.
Olivia. El éxito sin ningún fracaso es infructuoso. Además de inexistente. De nuevo, el fracaso es importante para cultivar la humildad.
P. Todas sus reflexiones me resultan demasiado abstractas. ¿Pondrían algún ejemplo concreto?
Olivia. Recuerdo mis primeros días haciendo audiciones. Pensaba: «Quizá esté poniendo demasiadas esperanzas en esto». Una tras otra, no conseguía nada. Mi madre me decía que no importaba y yo lo único que quería era un abrazo. Pero lo mejor de todo es que mi madre tenía razón. Cuando conseguí por fin lo que quería me di cuenta que, en efecto, no tiene ninguna importancia.
Benedict. Me acabo de dar cuenta escuchándote que tenemos algo en común que no sabía. A las dos nos costó mucho relajarnos hasta aprender a ser quienes en verdad somos. Creo que los dos nos esforzamos demasiado al principio de nuestras carreras. Ya he aprendido que no hay eso que llamamos carrera. Se trata simplemente de conseguir un trabajo. Ahora mismo me encuentro en una situación en la que cada trabajo lo siento como un éxito.
P. Por volver a la película, no reventamos nada si decimos que la cosa no acaba bien. Y pese a todo lo dicho, mucha culpa es de eso que se ha llamado patriarcado, un patriarcado que se niega a desaparecer a poco que miremos encuestas entre jóvenes. ¿Tiene remedio o estamos condenados a él?
Olivia. Todo lleva su tiempo. Revertir una situación de tanto tiempo no puede ser de un día para otro. Entiendo que algunos jóvenes se sientan perdidos. Pero hay que insistir en algo tan básico como ser amable. Eso no es debilidad sino todo lo contrario. Un hombre fuerte es un hombre cariñoso y comprensivo.
Benedict. El problema es que vivimos rodeados de cámaras y pantallas y todo se vuelve tóxico muy rápido. Pero si lo miras con distancia, no vivimos nada que no viviéramos ya en los años 30 o 40. No somos tan especiales. En cuanto hay un periodo de crisis, lo primero que se hace es buscar chivos expiatorios… Como dice Olivia, debemos reforzar la idea de que todos somos diferentes y, al mismo tiempo, iguales.
Olivia. Eso.
Y dicho lo cual, uno y otro, otro y uno, se dan la razón. Nada que ver con los Rose.