Como cantaba Luis Enrique en su última rueda de prensa: «Ousmane Ballon D’Or, et Ousmane Ballon D’Or», al ritmo de Pump it up, la canción de Endor. Ahí, en el Teatro del Chatelet de París, Ousmane Dembélé convirtió la letra en hecho, tocó lo inesperado después de una carrera transformada en montaña rusa y acarició la pelota dorada que le sitúa como mejor futbolista del mundo por delante del adolescente Lamine Yamal, a punto de romper todos los récords de precocidad, y de su compañero en el PSG Vitinha, cerebro del proyecto del técnico asturiano. El conjunto francés fue mayoría entre los 10 primeros, con Hakimi, Donnarumma y Mendes dentro del top-10 con Salah, Raphinha, Mbappé y Palmer.
A su lado, Aitana Bonmatí, una futbolista de leyenda que levantó su tercer Balón de Oro consecutivo, algo que sólo han hecho Platini y Messi, el quinto seguido del fútbol femenino español tras los dos de Alexia Putellas. Un premio en el que superó a su compatriota Mariona Caldentey, ganadora de la Champions con el Arsenal, y que confirma el absoluto dominio español, con cuatro jugadoras entre las seis primeras sumando a Alexia Putellas (cuarta) y Patri Guijarro (sexta).
Si hay un culpable del éxito de Dembélé más allá de él mismo, ese es Luis Enrique. El entrenador asturiano ha convertido a un futbolista irregular, propenso a las lesiones y desconectado del colectivo en la punta de lanza de su intenso proyecto. Un estilo de presión alta, verticalidad y rabia que tiene al ex jugador del Stade de Rennes, Borussia Dortmund y Barcelona como su líder.
«Ousmane es un líder. Pero es un líder desde el ejemplo, no desde la palabra. ¿Has visto cómo ha presionado? Dime un ‘9’ en Europa que presione así al portero y al central de esa manera. Cuando uno presiona así siendo un líder, el resto solo tiene que seguirle», le elogió el asturiano después de la final de la Liga de Campeones, donde el PSG arrasó al Inter de Milán por 5-0.
14 lesiones musculares
Dembélé no marcó, pero dio dos asistencias a Désiré Doué y a Khvicha Kvaratskhelia que cimentaron el triunfo galo en Múnich. Una actuación extraordinaria para completar una temporada sensacional: 35 goles y 16 asistencias en 53 partidos para cuatro títulos: la Ligue 1, la Copa y la Supercopa de Francia y la Champions. Todo antes del Mundial de clubes, donde lideró al PSG en sus victorias en cuartos y semifinales contra el Bayern y el Madrid (2 goles y una asistencia entre ambas citas) hasta que el Chelsea evitó que el cuadro de Luis Enrique ganara todos los trofeos de la temporada.
A sus 28 años, Dembélé vive el mejor momento de una carrera con altibajos. Con 19 años recién cumplidos, en 2016, dejó Rennes por Dortmund a cambio de 15 millones de euros y en unos meses su nombre ascendió en la lista de grandes promesas del fútbol europeo. 10 goles y 21 asistencias con los alemanes bajo las órdenes de Thomas Tuchel convencieron al Barcelona, que el verano siguiente, en 2017, le eligió para ser el sucesor de Neymar Jr. La directiva azulgrana, que había recibido del PSG la cláusula de 222 millones por el brasileño, puso sobre la mesa de los germanos 145 millones de euros: 105 fijos y 40 en variables.
Fue el fichaje más caro de la historia del Barça, pero las lesiones y el runrún sobre su compromiso y su profesionalidad dentro y fuera del campo marcaron su trayectoria en la Ciudad Condal. Tuvo 14 lesiones musculares y estuvo 784 días de baja, cifras que le impidieron brillar a la altura de un club necesitado.
Así, en agosto de 2023 el conjunto culé aceptó la oferta de 50 millones del PSG y Dembélé volvió a Francia, donde se encontró con Luis Enrique y, peleas mediante, su realidad futbolística cambió, aunque le costó. A finales de septiembre de 2024, al inicio de la temporada que le consagraría como Balón de Oro, el técnico apartó al futbolista por «un problema de compromiso» antes del partido de la liguilla de Champions ante el Arsenal. «Cuando un jugador no cumple con las obligaciones, se le aparta. Soy duro cuando tengo que ser duro. Mi papel es ese», dijo en ese momento Luis Enrique.
Dembélé aceptó y aprendió del castigo y acumuló ocho goles y seis asistencias en la última edición de la Champions, anotando o asistiendo en todos los encuentros de las eliminatorias salvo en uno, en la ida de octavos contra el Liverpool. Apareció ante toda Europa y se redimió de sus pecados en Barcelona y en su primer año en París para levantar el Balón de Oro en el Chatelet.
«Luis Enrique es como mi padre. Bueno, es mi padre», admitió el delantero francés, emocionado, en la noche que le vistió de oro. «Llevarme este trofeo y que me lo entregue Ronaldinho es algo excepcional. Gracias al Stade Rennes, al Dortmund, al Barça… Allí pude aprender al lado de jugadores como Messi o Iniesta. Esto es increíble», expresó.
Antes, Aitana había admitido que ese premio «podría haber sido para cualquiera de vosotras», en referencia a las rivales en el galardón. «Si pudiera repartirlo, lo haría. Es el primer año donde tenemos los mismos premios que el masculino y se agradece. La igualdad es algo que venimos demandando desde hace tiempo«, expresó.
