Las películas entre amigos suelen ser o la mejor ocasión para las confesiones tremendas o una bonita excusa para la simple propaganda. Y luego está lo que Sofía Coppola presentó hace unos días en Venecia sobre su amigo el diseñador, además de icono de la moda, Marc Jacobs. No hay absolutamente nada que no sea rastreable en la wikipedia y alrededores (comprobado), pero la cinta se las arregla para que ni se note. Más que hagiografía, que algo de eso tiene, Marc by Sofia, así se llama, está más cerca del simple pleonasmo. Y esta voluntad, digámoslo así, de no ser nada más que nada acaba por ser, precisamente, su salvación. Se diría que la directora adopta algo de la actitud de los personajes de buena parte de sus películas en general y de The Bling Ring muy en particular para ofrecer una especie de conversación íntima, relajada y siempre elegante (faltaría más), pero tan apasionadamente intrascendente que acaba por elevar el bostezo a la categoría de bella arte. De hecho, jamás se han visto tantos pijamas recién planchados en una película.
Pese a lo que podría deducirse por el título, el documental no presenta ningún rasgo de autoría ni de estilo ni siquiera firma. Juntar los dos nombres en el cartel, sí es solo propaganda. Coppola está ahí, y de hecho se regala un par de planos, pero la más pura ortodoxia guía los pasos lo que no pasa de ser una conversación atada a un busto parlante. Todo lo capitaliza un Jacobs muy hablador mientras prepara la colección Primavera del año pasado donde, la explicación es suya, los sesenta se mezclan con gritos rabiosamente eléctricos. O algo así, que diría el poeta indeciso.
La cámara, que no tanto la propia Sofia, parte del presente para irse lo más atrás del todo, cuando la persona retratada era un niño enamorado de su abuela a la que dice deber tanto. Vemos un breve resumen de la carrera del creador desde su graduación en Escuela de Diseño Parsons de Nueva York a mediados de los 80 y acto seguido sus primeros años como diseñador para la casa Perry Ellis. De repente, quizá como única revelación para los muy cafeteros, las imágenes de archivo con los colores degradados del vídeo de antes ofrecen los fantasmas (eso son) de un primer desfile con creaciones de punto con pompones que le valieron a Jacobs el premio al Estudiante de Diseño del Año. Y todo ello sin olvidar el episodio destacado en toda su biografía que se precie a vueltas con la polémica colección grunge que a principios de los 9 le valió, o eso dicen, el despido de la firma citada arriba.
Para lo no duchos en la materia, la parte más interesante tiene que ver con las fuentes de inspiración y con la reflexión (o casi) que el creador propone sobre la manera de interpretar lo camp en la vida y en su obra. No lejos de la lectura clásica de Susan Sontag, Jacobs insiste ante la cámara de Coppola en el poder de fascinación de esa sensibilidad que ve todo entre comillas y que, por ello, transforma el mundo en representación, en puro teatro. Las citas a Elizabeth Taylor, Barbra Streisand, Cindy Sherman o Rainer Werner Fassbinder hacen el resto. Jacobs confiesa (por decirlo de algún modo) que la primera película que vio en su vida es Hello Dolly y, en un simple fragmento del prodigio firmado por Gene Kelly, se atisba un mundo, el mundo de Jacobs.
Lo que queda es algo así como un retrato no sobre un lienzo en blanco sino un lienzo en blanco que es retrato. Hay algo de nervios por la colección, un poco de adrenalina y alguna que otra carrera, pero lo importante es que no se note. Nada se nota en una película pensada para la más gloriosa intrascendencia. No vale decir la palabras pijo o pija.