Cuando Stephen Schwartz (Nueva York, 1948) era adolescente, no pasaba las tardes jugando al fútbol o leyendo cómics de superhéroes, sino imaginando historias a las que poner banda sonora. Leyenda viva de Broadway, el estadounidense suma casi seis décadas en el oficio de los musicales. Sus espectáculos Godspell, Pippin y The Magic Show se representaban simultáneamente en la Gran Manzana a finales del siglo pasado. En 2003 llegó Wicked para darle el último mordisco.
«Llevo prácticamente toda mi vida dedicándome a esto. Ha habido momentos de desánimo, en los que incluso dejé de escribir un tiempo, pero siempre acabo volviendo. Es lo que amo y me siento muy afortunado de poder seguir dedicándome a ello con 77 años», confiesa.
Schwartz recibe a EL MUNDO en una visita exprés a España con motivo del estreno de la enésima adaptación de Wicked, esta vez en el madrileño Nuevo Teatro Alcalá. «Es una producción totalmente nueva, con diseños de escenografía, vestuario, luces, decorados, arreglos musicales y coreografías originales», explica el letrista y compositor. «Me parece importante que se sienta como algo propio, no simplemente ‘importado’ de fuera».
Traducida a 15 idiomas y reconocida con más de un centenar de galardones, Wicked es una de las obras de teatro musical más longevas de la historia. En 2025 se cumplen 22 años de su nacimiento en Broadway y 19 desde que hay funciones en el West End londinense. En México, el musical se estrenó en español hace una década. A sus más de 8.000 representaciones han asistido 60 millones de espectadores de todo el planeta. Schwartz cree que la clave para que un espectáculo de este tipo trascienda las barreras culturales y lingüísticas, fascinando a tantas generaciones, «son los temas universales que trata y su narrativa cautivadora».
Su aterrizaje en la gran pantalla también tiene mucho que ver. Wicked tiñó de verde y rosa las salas de cine de todo el mundo en noviembre del año pasado, y volverá a hacerlo el mes próximo con el estreno de la secuela, Wicked: For Good, para la que Schwartz ha compuesto dos temas inéditos. «La película internacionaliza la historia: la gente la ve doblada o subtitulada en su idioma y después llega al teatro ya conociendo la trama. Es una forma de democratizar los musicales para la audiencia no angloparlante«, asegura.
Cuenta que el director de ambas películas, Jon M. Chu, quiso involucrarle en las decisiones creativas desde el primer día: «Durante un par de años trabajamos codo con codo en el guion y en la selección de canciones. Fue en plena pandemia, así que imagínate: pasábamos las horas muertas en Zoom«.
Los roles de Elphaba y Glinda -a quienes dan vida Cynthia Erivo y Ariana Grande en la cinta- serán interpretados en la producción española por Cristina Picos y Cristina Llorente. Schwartz también ha participado activamente en la traducción y el montaje de la obra, bajo la dirección de David Serrano.
Ante las críticas tempranas sobre si el nuevo montaje de Wicked carece de elementos de vestuario y atrezzo icónicos del musical, se muestra rotundo: «Se ha hecho un gran esfuerzo por que el espectáculo hable de manera específica al público español. Si alguien quiere ver la producción original, siempre puede ir a Londres o Nueva York«.
Wicked narra la historia jamás contada de las brujas de Oz, los orígenes de su relación de amor-odio y los acontecimientos previos al encuentro de Dorothy con el poderoso Mago. Pero el libro de Gregory Maguire en el que se inspira el musical, titulado Memorias de una bruja mala, es mucho más perverso y oscuro de lo que lo pinta Schwartz.
«Nunca intentamos camuflar el mensaje político. Lo que ocurre es que la novela se centra mucho en la dimensión socipolítica y cultural, mientras que nosotros queríamos enfatizar la relación entre estas dos mujeres, cómo crecen y se transforman mutuamente», explica. «También nos interesaba explorar algo más personal: ¿qué significa ser ‘bueno’ y qué significa ser ‘malvado’? Porque las personas reales no son solo una cosa o la otra, sino que trascienden cualquier etiqueta».
El efecto viralizador de las redes sociales ha provocado que el teatro musical ya no se perciba como un género friki o de nicho, sino como una fórmula artística «plenamente atractiva para el gran público». Los llamados theater kids ya no son la excepción, sino la regla. Si no, que se lo digan a los concursantes de OT 2025.
«Ha habido un cambio absolutamente brutal. Cuando empecé, el teatro musical era sobre todo estadounidense, solo algunos montajes viajaban a Europa o a Australia. Que un musical triunfara en Japón era impensable», cuenta. «Creo que ahora se acepta que no es solo entretenimiento ligero, sino que también puede ser una forma de contar grandes historias. Cada vez más jóvenes se sienten atraídos por el género, las escuelas de teatro musical crecen año tras año y se crean secciones para premiar obras en los festivales de cine. Es algo muy significativo».
Stephen Schwartz es el único compositor de la historia con tres espectáculos que han superado las 2.000 representaciones. Hoy en día, explica, montar un musical es carísimo, lo que restringe el número de obras nuevas. Sin embargo, se confiesa admirador de las producciones surgidas en plataformas como TikTok, que se popularizaron durante la pandemia y acumulan ya millones de visualizaciones: desde Ratatouille hasta Epic, pasando por Bridgerton. «Me asombra y me da esperanza ver tanta creatividad. Hay mentes maravillosas detrás, son increíblemente talentosos», dice.
Pero la trayectoria de Schwartz en el universo de las bandas sonoras no se limita a las tablas. En el cine, colaboró con Alan Menken en las canciones de Pocahontas, un trabajo por el que recibió dos Oscar y un Grammy. Tras ese éxito, Disney volvió a apostar por él con El jorobado de Notre Dame y Encantada. Dreamworks, el estudio rival, le fichó para su primera película animada, El príncipe de Egipto, por la que ganó otro premio de la Academia.
También ha sido director artístico de talleres de teatro musical durante más de 20 años. En esos encuentros, ha conocido a jóvenes escritores y intérpretes de todo el mundo. Su consejo siempre es el mismo: «No hace falta reinventar la rueda: uno puede aprender mucho de los creadores que vinieron antes. Y después, entender qué es lo que a uno mismo le emociona o le inspira, no para copiar, sino para aplicar esas técnicas en la propia voz. Es un proceso largo y que no sucede de la noche a la mañana».
Como demuestra su llegada a Madrid, el fenómeno de las brujas de Oz sigue batiendo récords de venta de entradas y alzándose como un hito generacional de la cultura pop. Canciones como Defying Gravity y Popular superan los 20 millones de reproducciones en Spotify, pero… ¿cuál es la favorita del compositor?
«Me he obligado a mí mismo a no contestar a esa pregunta. Lo tengo prohibido», bromea Schwartz, soltando una risa traviesa. «Y te diré por qué: si lo digo, cualquiera que la escuche desde ahora lo hará condicionado por mi respuesta. Cuando compongo, no pienso en si algo será un éxito. Algunas canciones se vuelven universales, otras solo funcionan dentro de la historia. Prefiero no interponerme entre la obra y el público. La música, una vez creada, pertenece al mundo«.
