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Tabú roto: el ‘Gran Israel’, el proyecto expansionista que va más allá de Palestina

La Tierra de Israel es descrita en la Torá como la «posesión más preciada» o la «herencia» de Dios para su pueblo. El privilegio de esa titularidad debe recaer sobre Abraham y sus descendientes, los elegidos del pueblo judío. Eso afirman unas escrituras de opaco origen que, en pleno siglo XXI, no pueden mostrarse como un contrato de propiedad. Sin embargo, aún se usan para proclamar el supuesto derecho de una parte, de una confesión, sobre la tierra en Oriente Medio, por encima del derecho internacional, las resoluciones de Naciones Unidas y las fronteras reconocidas.

En una región convulsa, donde conviven la ofensiva israelí en Gaza con el aplastamiento de Cisjordania y los ataques de Tel Aviv a Líbano, Siria, Yemen o Irán, el Gobierno de Benjamin Netanyahu está rescatando la idea del Gran Israel, un proyecto político y religioso que se basa en esa idea de preferencia por origen divino. Que nadie se lleve a engaño: no es sólo cuestión de fe, sino de poder terrenal. 

El plan no era nuevo en boca de los aliados religiosos y ultranacionalistas del gabinete, como los ministros Bezalel Smotrich (Finanzas) o Itamar Ben-Gvir (Seguridad Nacional), pero la novedad es que el propio Bibi ha asumido en público que está en esa «misión histórica y espiritual». Al ser preguntado en una entrevista televisiva si se sentía conectado con la idea del Gran Israel respondió: «Mucho». 

Los orígenes

El historiador especializado en religión Francisco Díaz explica que la idea del Gran Israel tiene su base en una frase que se repite en diversos puntos de las Sagradas Escrituras, la que dice que la Tierra Prometida llegaría «desde el arroyo de Egipto hasta el Éufrates», el gran río que, junto al Tigris, define Mesopotamia. «Ya en el Génesis, en el capítulo 15, versículo 18, nos encontramos con un pasaje en el que Dios promete a Abraham y a sus descendientes, como Isaac y Jacob, la tierra, estableciendo sus fronteras desde el río Nilo -que es el arroyo de la frase, hasta el actual Irán», detalla. 

En el Tanaj, el conjunto de los 24 libros sagrados canónicos en el judaísmo, la idea «resurge con frecuencia, con la misma fórmula». Se encuentra, cita, en el Deuteronomio, cuando Dios llama a Moisés a guiar a los israelitas en la toma de Palestina, Líbano y partes de Egipto, Jordania y Siria. También en el Libro de Samuel, en el que se describen las tierras obtenidas por dos de los reyes más importantes para el judaísmo, Saúl y David, incluyendo en este caso, igualmente, Palestina, Líbano y secciones de Jordania y Siria.

«Para quienes sostienen esta creencia, estamos ante el anhelo del cumplimiento de un mandato divino, un jus divinum, una recuperación de tierras que consideran legítimamente suyas, una parte central de la fe de Israel desde hace casi 4.000 años, un pilar fundacional», indica el experto sevillano.

Aunque siempre ha sido «una promesa divina de esperanza de un futuro mejor» para los judíos del mundo y un hilo de acero que los conectaba con sus ancestros, con los años pasó de ser un deseo formulado por rutina a una opción política. Lo ha documentado el Instituto Político y Económico de Oriente Medio (MEPEI, por sus siglas en inglés) en un informe de 2024. Según su investigación, el político reconocido como fundador del sionismo, Theodor Herzl, ya registró en sus propios diarios, a finales del siglo XIX, que Eretz Israel incluía no solo las áreas judías tradicionales dentro de la Palestina histórica, sino también la península del Sinaí, la Palestina egipcia y Chipre. 

Eso sí, apostaba ir a por todos esos territorios sólo por una vez asegurada una patria judía nacional en Palestina y, de hecho, en las reuniones que tuvo para difundir la idea de un hogar propio para los de su fe no solía aparecer esta reivindicación, secundaria. Primero, un país. Después se vería lo demás. 

Los mapas de ese supuesto Gran Israel que enarbolan los defensores de la idea (con los que han posado hasta los ministros de Netanyahu) muestran que abarca no sólo los territorios citados anteriormente, sino también aproximadamente el 30% de Egipto, la mayor parte de Irak, una amplia zona de Arabia Saudita, la totalidad de Kuwait, Siria, Jordania y Líbano, y partes del sur de Turquía.

La idea fue retomada -recuerda el informe- por Chaim Weizmann, otro sionista histórico que llegó a ser presidente de Israel, crucial negociador para que Reino Unido, en 1917, recogiese por primera vez en la Declaración Balfour el derecho del establecimiento de un hogar nacional judío en la zona. Y replicada por Ze’ev Jabotinsky, uno de los líderes originales del Likud, el partido de derechas al que pertenece Netanyahu. 

Tras la creación del Estado de Israel con la partición decidida por Naciones Unidas, en 1948, las fronteras del país permanecieron indefinidas, ya que tras la declaración de independencia se declaró de inmediato la guerra con los estados árabes vecinos. Tras dos décadas de tensiones y mapas desdibujados, la Guerra de los Seis Días (1967) produjo un terremoto en la zona, ya que Israel ocupó la Franja de Gaza, parte de Cisjordania y el este de Jerusalén (los tres territorios donde Palestina aspira a tener un estado soberano propio), además de los Altos del Golán, en Siria, y la península del Sinaí, en Egipto. Tras la contienda, el Sinaí fue devuelto como parte de un tratado de paz, pero el Golán fue anexado formalmente. Esta ocupación, como la del suelo palestino, se reconoce como tal en la sucesivas resoluciones de la ONU, hasta hoy. 

Aquella guerra y la conquista expansionista que supuso reavivó la idea del Gran Israel (Eretz Yisrael HaShema, algo así como la Tierra de Israel completa), usándose para hablar de toda la zona ocupada. Hasta surgió un partido, el Movimiento por un Gran Israel, con esta meta por programa, activo hasta finales de la década de 1970, y que abogaba por conservar los territorios ocupados y poblarlos con ciudadanos judíos, exclusivamente.

Los actuales defensores

Para partidos como Judaísmo de la Torá, Casa Judía y Shas, parte de la coalición israelí de Gobierno, la defensa de este modelo expansivo ha sido costumbre pero se ha incrementado tras los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023, con 1.200 asesinados y 250 secuestrados en Israel. La respuesta de Tel Aviv (una ofensiva inacabable que deja ya 63.000 muertos) ha sido aplaudida por estos grupos y hasta calificada de blanda. Algunos de estos ministros han dejado el Ejecutivo cuando se firmaron treguas temporales con el partido-milicia palestino, para regresar cuando todo se rompió

Smotrich o Ben-Gvir han expresado públicamente su deseo de expulsar a los palestinos de Gaza. También han impulsado procesos de colonización extra en Cisjordania, donde ya un 62% del suelo está controlado por Israel. Les parece poco. Por ejemplo, Ben-Gvir se unió a otros políticos de ultraderecha de alto rango del Partido Sionismo Religioso y del Likud en una «Conferencia Preparatoria para el Asentamiento en Gaza», ya el 21 de octubre de 2024. Reiteró que se debería «animar» a la población palestina de Gaza a abandonar Gaza para siempre, algo que luego ha cuajado en el plan de limpia presentado por Estados Unidos y que debería acabar con la construcción de una provechosa Riviera a la orilla del Mediterráneo

La organizadora de la conferencia, Daniella Weiss, una colona conocida por su fiereza e inflexibilidad como «elegida», afirmó haber reunido a 700 familias de colonos preparadas para mudarse a la franja una vez que los palestinos sean expulsados. «El mundo es ancho (…). África es grande. Canadá es grande. El mundo absorberá al pueblo de Gaza», afirma, sin reparar en el derecho a la soberanía nacional de Palestina internacionalmente reconocido. Para ella, el privilegio divino es antes. 

Así empiezan con Gaza, libre de colonos desde 2005 pero cercada por tierra, mar y aire desde 2007, después de que Hamás ganase las elecciones. Se han visto soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel desplegados en la zona y con insignias del Gran Israel en sus uniformes, sin consecuencias. Pero las referencias directas a ese plan van más allá. Smotrich, el año pasado, fue filmado abogando por la expansión de las fronteras israelíes para incluir Damasco, la capital de Siria. Sugirió que Israel crecería gradualmente hasta abarcar no sólo todos los territorios palestinos sino también partes de Jordania, Líbano, Egipto, Siria, Irak y Arabia. «Está escrito que el futuro de Jerusalén es expandirse hasta Damasco», expresó. 

Smotrich ya había planteado ideas similares durante un servicio conmemorativo en 2023 para un activista del Likud, en París, recuerda Middle East Eye. Hablando desde un podio, coronado con un mapa de Israel que incluía Jordania, el titular de Finanzas afirmó que «no existe tal cosa» como el pueblo palestino. Fue masivamente aplaudido. 

La idea no deja de surgir en las redes sociales y los medios afines y se ha jaleado que sea Netanyahu quien se sume ahora. Pero es que ha encontrado aliento hasta en su mayor socio, Estados Unidos: el presidente Donald Trump, afirmó en febrero que Israel es un país «bastante pequeño» en términos de territorio y que «eso no está bien». El republicano Trump estaba en el Despacho Oval con periodistas cuando fue preguntado sobre si apoyaría que Israel se anexione Cisjordania. «No voy a hablar de eso. Es bastante pequeño. Es un país pequeño en territorio», dijo.

«¿Ven este boli? Este estupendo boli que tengo en mi escritorio es Oriente Próximo y la punta sería Israel. Eso no está bien, ¿verdad? Hay una gran diferencia. Es una analogía y es bastante precisa (…). Es una tierra bastante pequeña. Es admirable lo que han sido capaces de hacer si lo piensas. Hay muchas cosas buenas. Una potencia de cerebros inteligentes, pero tiene un territorio muy pequeño. No hay duda», agregó. 

De inmediato, comenzaron a llegar condenas a ese comentario desde los países de la región como pasó cuando Netanyahu pronunció su «mucho». Corrió el miedo de que Washington apoye esa visión cuando Trump acaba de ayudar a Israel a atacar a Irán en la Guerra de los 12 Días, cuando los ataques en Líbano, Siria o Yemen por parte de Tel Aviv son diarios y pueden ir a más, cuando países supuestamente socios de EEUU como Egipto, Jordania o los del Golfo Pérsico dependen de Occidente en lo defensivo hasta niveles alarmantes. 

¿La supremacía israelí en la zona, en toda la zona, rebosando sus fronteras, puede ser un problema de seguridad, de guerra abierta para ya? No lo parece, a tenor de los frentes que Israel tiene abiertos, pero no hay que menospreciar la retórica desafiante y la agenda expansionista israelí (y norteamericana, porque los llamamientos sobre Canadá o Groenlandia de Trump alimentan una manera acosadora de ver el mundo), además de la soledad del mundo árabe.

Los planes

Las palabras de Smotrich garantizando que nunca existirá un Estado palestino van de la mano de acciones, como el plan de ocupación y anexión de Cisjordania sobre el que preguntaban a Trump, que estaba a punto de aprobarse esta semana y cuya votación ha sido «retrasada» ante la presión internacional surgida por el proyecto, que plantea la toma total de al menos el 82% de Cisjordania. Su deseo es la ocupación del máximo territorio  con el mínimo número de palestinos (siempre olvida, de paso, que el 20% de la población israelí de pleno derecho es árabe, no judía). El ministro radical ha garantizado que si desde la Autoridad Nacional Palestina (ANP) tratan de parar sus planes, la va a destrozar. Porque son, a su entender, «iguales que Hamás», «una amenaza existencial» que busca un país propio «terrorista». 

Más allá de este plan concreto de la ultraderecha israelí -al que Netanyahu, por ahora, no ha puesto peros- está la colonización que ya en la práctica se está llevando a cabo en estas décadas, que no se detuvo ni cuando se firmaron los Acuerdos de Oslo (1993), los más ilusionantes en este proceso espinoso, y que se han disparado desde que no hay negociación alguna, desde 2014. La ONG israelí Peace Now, de las más comprometidas históricamente con la convivencia de israelíes y palestinos, constata que desde octubre de 2023 Israel ha puesto en marcha 121 nuevos asentamientos, considerados ilegales por la ONU y en los que ya viven más de 600.000 personas. La cifra supone el 40% de los 298 emplazamientos creados en zona palestina desde 1996. 

Este organismo sostiene que se está dando «una aceleración sin precedentes» de la toma de tierra que no es israelí: del 96 al 2022, se detectaban 5,7 nuevos asentamientos ilegales de media anuales; ahora, la cifra sube a 47 al año. Aunque muchos de ellos no cuenten de partida con el permiso de Tel Aviv, están protegidos por su Ejército y sus pobladores están cobijados por una impunidad generalizada, que hace que no respondan ante agresiones contra pueblos, bienes y vecinos palestinos, disparadas además desde el 7-O, con 44 heridos al mes, dice la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) en Palestina. Habitualmente, con el tiempo, el Gobierno acaba legalizando estos outpost. En 16 años, sólo se han evacuado dos, Migron y Amona. 

Peace Now sostiene que hay tres tipos de colonias: las de quienes buscan en ellas calidad de vida (de buenos servicios públicos a menos impuestos); las de ultraortodoxos, en las que residen religiosos que quieren llevar su modo de vida sin interferencias; y las ideológicas, que también suman elementos religioso, donde están los más convencidos de que su misión es hacer posible el Gran Israel. Los colonos son hoy el 5% de la población total de Israel (algo más de nueve millones), cuando en 1990 no pasaban del 1,7%. 

Los movimientos más destacados para comerse terreno palestino vienen de mayo y de agosto. En el primer caso, se acordó la construcción y legalización de 22 colonias. En el segundo, notablemente más serio, se ordenó construir en la llamada zona E1, una zona de 7,4 kilómetros cuadradoa al este de Jerusalén en la que cualquier construcción partirá en dos Cisjordania, impidiendo la continuidad territorial de un futuro Estado. Hasta 3.400 viviendas se esperan donde ahora mismo sólo hay una comisaría. Israel Katz, el ministro de Defensa, lo dijo claro: «Construiremos el Estado judío sobre este territorio». Como la idea del Gran Israel, que ha sido un tabú durante décadas, el E1 parecía el terreno intocable, el definitivo. Ya van a por él también, desmantelando el andamiaje para que su vecino tenga un país digno. A eso se comprometía el propio Netanyahu en 2009, en su histórico discurso de Bar Ilan sobre la solución de dos estados. 

«Ahora es el gobierno de Smotrich», resume Daniel B. Shapiro en un análisis del Atlantic Council. Este exembajador estadounidense en Israel resume que «Netanyahu no puede resistirse y Trump no muestra ninguna disposición a contraatacar». «La construcción en la zona E1 puede o no bloquear un futuro Estado palestino; existen posibles soluciones», matiza, pero «lo que sí hará es acabar con cualquier perspectiva a corto plazo de relaciones diplomáticas formales con Arabia Saudita y otros países de la región y aumentar el aislamiento internacional de Israel, en un momento en que el gobierno israelí planea expandir su ocupación militar de Gaza». Un ángulo importante a tener en cuenta cuando EEUU quería relanzar sus Acuerdos de Abraham, que buscan el reconocimiento entre estados árabes e Israel, con dinero para acallar el olvido de la causa política palestina. 

Ni eso parece frenar mientras a Tel Aviv. En septiembre pasado, hace un año, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó por abrumadora mayoría una resolución que instaba a Israel a poner fin a su ocupación ilegal de los territorios palestinos en un plazo de 12 meses. La resolución respaldó una opinión consultiva de la Corte Internacional de Justicia (CIJ), el máximo tribunal de la ONU, que determinó que la presencia de Tel Aviv en los territorios palestinos es ilegal y debe cesar. Plazo cumplido, objetivo incumplido. Al contrario, todo de agudiza, empezando por el genocidio de Gaza. 

El modelo, por más que sea lejano en el tiempo, está latente. Un Israel mayor, más acorde con lo dicho por Dios, de complicada viabilidad, teniendo en cuenta el gasto y el desgaste que conllevaría intentar conquistar u ocupar al menos media docena de países. ¿Habría freno de EEUU? ¿Y apoyo popular en semejante batalla? De lo que hay indicios es de que los dirigentes de Israel no renuncian al objetivo, que llevaría a Oriente Medio a una guerra perpetua.