A los pies de la colina sobre la que se alza el Castillo de los Templarios de Ponferrada, unos 200 manifestantes gritan «¡Violencia no!» y «¡Fuera, fuera!», mientras avanzan hacia los miembros de la UIP (Unidad de Intervención Policial) que les cortan el paso. Portan las banderas palestinas que han coloreado esta Vuelta a España marcada por lo extradeportivo y ayer miércoles ondeaban más que nunca: el viento sopló tan fuerte que a punto está de volver a arruinar otra meta.
A eso de las cuatro de la tarde, los ciclistas pasan veloces por el monumento más famoso de la ciudad y esta vez no corren peligro. Esta vez todo ha transcurrido con aparente normalidad entre O Barco de Valdeorras -donde también hubo protestas propalestinas- hasta la cima del Alto de El Morredero, donde el jovencísimo Giulio Pellizzari alzó los brazos, la primera victoria profesional de la gran promesa italiana ante el marcaje al que se sometieron Jonas Vingegaard y Joao Almeida. En la cumbre donde ya vencieron Roberto Heras en 1997 y Alejandro Valverde en 2006 había tal vendaval que no demasiados aficionados se atrevieron a subir. En las rampas de hasta el 16% apenas se vieron banderas palestinas.
Pero la ‘normalidad’ en esta Vuelta que es todo caos es que, en el aparcamiento de los autobuses de los equipos, en la Avenida El Castillo, uno de ellos ocupe solitario una esquina, huérfano de fans y rodeado por tres todoterrenos de la Guardia Civil -del grupo especial USECIC, Unidad de Seguridad Ciudadana de la Comandancia- y otros tantos de la Policía. Es el del Israel-Premier Tech, que desde hace unos días ya no luce el nombre del país blanco de todas las iras por las matanzas llevadas a cabo en Gaza. A estas horas de la tarde, mientras los ciclistas bajan del puerto bien abrigados antes de poner rumbo a Valladolid, apenas un puñado de manifestantes deambulan ya cerca.
Los corredores del equipo cuyo dueño es Sylvan Adams, canadiense e íntimo de Benjamin Netanyahu, no saben muy bien qué hacer y cómo actuar. Ninguno tiene nacionalidad hebrea. Les insultan a diario, les lanzan tomates y acosan sus hoteles. En la primera etapa en suelo español, la contrarreloj por equipos en Figueres, incluso les cortaron el paso. Optan por intentar pasar desapercibidos dentro del pelotón, ser invisibles. Ayer, sin embargo, el norteamericano Matthew Riccitello fue protagonista con sus ataques.
Fue un día de calma, al fin. Aunque en el pelotón la sensación es que en cualquier momento esta Vuelta saltará por los aires. En las salidas, los ciclistas, los directores y los mecánicos afrontan como pueden las preguntas de la prensa, muchas veces mordiéndose la lengua, otras prefieren no ser citados. Se sienten desprotegidos e injustamente señalados. «Queremos que nos dejen hacer nuestro trabajo», protestan. El martes fue especialmente tenso y no sólo porque, por segunda vez, se tuviera que acabar antes de tiempo debido a la peligrosa concentración de manifestantes en la meta. Durante el trayecto les lanzaron chinchetas, les acercaron demasiado las banderas… «No saben lo que supone una caída por un pinchazo o un bandazo a 50 kilómetros por hora», cuentan. Algunos sí. Como Javier Romo, quien tuvo que abandonar con sus lesiones tras irse al suelo por el susto que provocó un individuo que salió en una cuneta con una bandera de Palestina.
«Desde hace tiempo en el ciclismo tenemos un problema. Ni los corredores ni los equipos estamos unidos. Ahora lo tenemos que estar. Yo luego puedo o no estar de acuerdo con lo que decidamos, pero lo importante es la unión», concedía Vingegaard, uno de los pocos que habla abiertamente de las protestas que tienen en vilo a la carrera que lidera. Reflexiona sobre lo sucedido en la salida, donde, con un representante de cada uno de los 23 equipos, se produjo una reunión del sindicato (CPA) en la que, al fin, los ciclistas acordaron algo. «Decidimos que si ocurría un incidente, intentaríamos neutralizar la carrera y ahí estaría el final, porque al final correr hacia una meta indefinida no es justo», explicó Jack Haig. También dijo que habrá más votaciones y que se sienten «atrapados en medio de algo que tal vez ni siquiera nos involucra realmente». «En este momento, somos sólo peones en una gran partida de ajedrez que, lamentablemente, nos está afectando», expresó el veterano ciclista australiano, tercero en la edición de 2021.
Después de días y días de incidentes, con varios compañeros heridos, la carrera amputada y la amenaza que no cesa, esa fue su conclusión. Respaldan también la determinación del organizador. Javier Guillén, director de la carrera, consciente de que él no puede expulsar al Israel. Pero el día de tregua no tranquilizó demasiado a la caravana de la Vuelta. La contrarreloj de este jueves en Valladolid fue recortada a última hora de la tarde. De los 27 kilómetros previstos a 12,2, apenas un prólogo, «con el objetivo de dotar de una mayor protección el desarrollo de la etapa». También habrá un vallado especial. Una etapa especialmente delicada, con los corredores pasando constantemente, de uno en uno, por los mismos puntos de la ciudad. Después, el fin de semana llegará la Sierra de Guadarrama, otro punto clave, pues, además, hay prevista una manifestación ecologista en la meta de la Bola del Mundo.