Si coge usted la termomix (o una vulgar y honesta turmix, me da igual) y le mete dentro un buen puñado de ritmos y colores latinos para todos los públicos (centrándonos en la primera división de eso que llamamos música popular, pespunteando desde lo tradicional a lo urbano), además de un carisma pizpireto y extranatural, romanticismo a raudales (es verdad que un tanto unidimensional, pero a eso iremos luego), y un talento musical sinceramente apabullante, probablemente en dos minutos de batidora le saldrá del vaso, caminando tan pimpante, como si tal cosa, el colombiano Camilo Echeverri con su fino mostacho austrohúngaro.
Y hay otro ingrediente que quizás se le haya olvidado a usted, pero que el tipo trae de serie: una profesionalidad a prueba de bomba. Porque sólo con ella, y respaldado por una banda literalmente brutal (de las percusiones, tremendas, a las teclas, las cuerdas y un trombón de varas reventón), puede uno largarse un conciertazo como el que se marcó Echeverri este sábado en el Recinto La Ería de Oviedo.
¿Oviedo? Sí, Oviedo. Después de ganar nosecuantos Grammy latinos (qué más dará), primero como shadow writer lo mismo para Bad Bunny que para Juanes o Bomba Estéreo, y luego, sobre todo, con su álbum Mis manos (2021), y tras recorrerse medio mundo subido a un fenómeno fan creciente y familiar por deliberadamente blanco (niñas, madres y hasta alguna abuela entre la concurrencia), hay que ser muy profesional y creerte mucho tu rollo para salir al escenario en Oviedo ante no más de 3.000 personas (probable pinchazo) y, como si de Nueva York se tratara, ventilarte el concierto durante hora y tres cuartos como el tipo se lo ventiló.
Aquello parecía el último concierto de su vida. En una pequeña ciudad del norte de España, pero como si estuviera jugándose los garbanzos del estrellato en la ceremonia de los Oscar ante los ojos del planeta, todos los checks del ídolo pop los marcó Camilo en ese tiempo. Segundo a segundo. Frame a frame. Como manda el canon, le cantó al gentío como se le canta a una única persona: ni más ni menos que la más amada. Ni un solo segundo quedó sin su guiño, ni una letra sin su caricia, ni una fan sin ser señalada, mención aparte de una capacidad vocal tan matizada como por momentos arrolladora (hasta saltando ante el micro el hombre proyectaba como una bestia).
Lo mismo abrazando el tumbao de la cumbia (Vida de rico), que removiendo la salsa ligera o la bachatita (Bebé), que perreando cerca del reguetón más comercial (Tutu), que más tirado a lo urbano y kleenex (Kesi), todo son al final para Echeverri ropajes para armar un pop de toda la vida, con letras que van de hallazgo en hallazgo -la excelsa Vida de rico tiene más pellizco y clasicismo que un bolero de Machín-, y ritmos que, escasos pasajes de pop convencional aparte, chorrean flow.
O sea que el pop comercial, ese mundo por momentos irritante, en el que la determinación y los designios del marketing pesan tanto como el favor de las musas, también puede albergar a un tío tan talentosísisimo como majo (te lo quieres llevar de colega al bar). Que aunque vende un sólido fenómeno fan a niñas de 11 años (como la hija de servidor de ustedes: hola, preciosa), envuelto en toda esa horrible parafernalia, enamorando a la masa, en realidad, a la luz de todos pero en secreto, está dialogando, en potencial creativo e interpretativo, con los mejores de los mejores. Bien, sienta bien saberlo.
Lo que pasa es que Camilo tiene que decidir qué quiere ser de mayor. Si quiere seguir enganchado a que «nuestra revolución es el amor, por inocente que parezca», como dijo antes de tocar él solo a la guitarra, virtuosamente, la resultona (es incapaz de hacer algo no resultón) Maldito ChatGPT, o si quiere dejar que la vida real, la que no hace prisioneros y no pasa precisamente por sus mejores momentos, se le enrede en ese excelente caletre suyo.
Y la dicotomía no es Juan Luis Guerra o Rubén Blades, comercial o comprometido (musical y carismáticamente, podría mirar de frente a ambos, sin perdón por la boutade). La disyuntiva es ser para siempre Peter Pan en Neverland, o finalmente un autor adulto en un mundo, como este que lamentablemente tenemos, para adultos.