Lo primero es explicar el lugar en su contexto: el visitante que llegue a pie hasta el Roig Arena desde el centro de Valencia o desde la Estación Joaquín Sorolla atravesará el Ensanche y después Russafa, que es el clásico arrabal venido a más que hay en todas las ciudades, el pueblo semiurbano que en algún momento se volvió barrio sofisticado y atractivo. Después, el paseante cruzará una zona residencial más bien indeterminada que acaba en la Avenida de la Plata y entonces se verá entre torres de viviendas sociales de los años 80. La fama de ese barrio es la de una zona modesta que en otra época fue casi marginal y después dejó de serlo. El camino es llano, no hay cuestas ni desvíos. Para el visitante, Valencia parecerá disolverse ante los ojos, aunque al fondo, no lejos, se ve un conjunto de 23 torres de 15 pisos de viviendas modernas y probablemente caras. Antes de llegar habrá que cruzar otra avenida ancha y arbolada, la de los Hermanos Maristas. Entonces, a la izquierda, queda un paisaje definitivamente suburbial: un aparcamiento, dos campos de rugby… A la derecha, está el Pabellón de la Fuente de San Luis, la casa ya obsoleta del Valencia Basket, y, al lado, un edificio que parece a medias nave logística y a medias facultad. Es una enorme escuela de baloncesto llamada de L’Alquería que oculta el destino final del paseo, hasta ese momento invisible.
El Roig Arena aparece entonces como de la nada, pese a su escala colosal: 450 metros de perímetro, 47.000 metros cuadrados construidos, fachada de escamas cerámicas y formas irregulares, a la vez escultórica y porosa. En uno de sus chaflanes, el edificio se abre como si fuera la boca de la ballena de los cuentos. Encima, el letrero que lo anuncia está compuesto en una tipografía que evoca a los discos de rock’n’roll de los años 50. El Roig del nombre alude, claro, a Juan Roig, el fundador de Mercadona, que ha promovido el edificio según una fórmula administrativa compleja: el suelo es municipal; la inversión (280 millones de euros) la ha puesto su obra social, llamada Legado de Juan Roig y Hortensia Herrero; otra empresa privada creada por Roig gestionará y rentabilizará el edificio; y el Ayuntamiento conservará su propiedad y recuperará los derechos de explotación en 2075.
Las obras empezaron en la primavera de la pandemia y no se detuvieron pese al desbarajuste y la inflación de los materiales de la construcción. ¿Quién hubiese soportado ver el estadio inacabado del Valencia C.F. y el solar del Roig Arena detenido a siete kilómetros? Cinco años y medio después, el 12 de septiembre, Valencia estrenará el mayor y más moderno auditorio cubierto de España con un concierto del cantante colombiano Camilo. Ese mismo mes, los equipos femenino y masculino del Valencia Basket jugarán sus primeros partidos en el Roig Arena, que también mejorará a cualquier otra cancha de baloncesto en España. Gradas más cercanas a la pista, pantallas LED más grandes, asientos más cómodos, mejor visibilidad, mejores servicios, mejores vestuarios… Siempre es importante dar la cifra del aforo en estas infraestructuras: el Roig Arena alojará a 15.600 espectadores en los partidos de baloncesto y 18.800 en los conciertos. Más que el Movistar Arena de Madrid y más que el Palau Sant Jordi de Barcelona como auditorio.
«¿Has venido andando desde la estación?», pregunta Víctor Sendra, el director general de la empresa que gestiona el Roig Arena. «Eso nos interesa porque la idea es atraer a público de fuera de Valencia. Igual que los valencianos van a Madrid o a Barcelona a ver conciertos, es verosímil que los madrileños y los barceloneses vengan a Valencia. O la gente de Alicante o de donde sea. Madrid ya está muy cargada de oferta y de público. Hay billetes de tren muy baratos y el viaje es de dos horas». Por si a alguien le interesa: el paseo desde la estación es de 40 minutos, quizá menos, y tiene el aliciente de pasar por Russafa. No es un camino fatigoso ni confuso y hay alternativas sencillas de transporte público.
Sendra recibe a EL MUNDO en la que, según cuenta, será la primera ocasión en la que un fotógrafo de prensa vaya a retratar el edificio. No es una visita sencilla: a estas alturas de las obras, hay 2.000 personas trabajando en el Roig Arena. Muchísima gente. Se instala el mobiliario de los palcos privados y de los restaurantes, se hacen las primeras pruebas de la pantalla led del fondo-escenario (76 metros por siete), hay seis grúas que trabajan en la pista central y una multitud de electricistas termina las instalaciones. Hay puertas que están todavía sin colocar, de modo que es posible ver las 10 capas de aislantes acústicos en las paredes que rodean al graderío. Hay mucho que hacer aún en los muelles de carga y hay prisas por acabar con la sala central. La obsesión del equipo de Sendra es hacer allí las primeras pruebas operativas tras Semana Santa. ¿Cuánto se tarda en desmontar el parquet de los partidos y en instalar un escenario? Dos horas y media si el proceso está perfeccionado. ¿Y cómo perfeccionarlo? Para eso hay que despejar la pista ya y empezar a ensayar. Las butacas están en su sitio, pero siguen enfundadas. Son grises, casi negras, porque si fuesen naranjas (el color del Valencia Basket) casarían mal con los eventos patrocinados.
La sala central del Roig Arena, lo que sus responsables llaman el bowl, es obviamente impresionante, con sus cerchas de 150 metros de vuelo y sus 45 filas de asientos, más empinadas a medida que se alejan de la pista. Pero Sendra empieza la visita por los muelles de carga, porque asegura que esa va a ser la diferencia entre el Roig Arena y otros estadios cubiertos equivalentes. «No somos más listos que nadie. Sé que en el Movistar Arena [el antiguo Wizink Center de Madrid] trabajan muy bien y, además, lo hacen en el centro de la ciudad. Lo que pasa es que nosotros llegamos más tarde, con posibilidades nuevas y conocimientos nuevos. Y venimos de Mercadona. Algo sabemos de logística».
El director general del Roig Arena se refiere, por ejemplo, a la rampa por la que entrarán los tráilers hasta las tripas del edificio y en la que se podrán cruzar dos camiones. Acaban en una cota -4,5 metros por debajo de la calle. En ese subsuelo, los camiones descargarán, los artistas tendrán sus camerinos y los baloncestistas sus vestuarios y una cancha de entrenamiento. Los periodistas dispondrán se su zona de trabajo y existirá un segundo escenario, una gran nave exenta en la que también se programan ya conciertos y eventos.Los espectadores que tengan entradas de pista en los conciertos también estarán en ese subsuelo, al que llegarán desde un acceso específico, tan cuidado como el que lleva a las gradas.
¿De dónde sale el RoigArena? En 2017, el Valencia Basket ganó la Liga ACB por primera vez en su historia y su dueño, Juan Roig, intuyó que sus infraestructuras obsoletas limitaban sus posibilidades de seguir creciendo. Nació así L’Alquería y, después, el proyecto del Roig Arena, que al principio, en los primeros planes, no fue una arena sino un pabellón de deportes a la antigua.O sea, una pista y su graderío que se podrían adaptar, más o menos, a escenario de conciertos.Después, hubo un viaje a Estados Unidos dirigido a ver canchas similares y allí las ideas encajaron solas. Alguien cayó en que Valencia carece hasta hoy de buenos auditorios cubiertos, ni siquiera medianos. Los conciertos grandes se celebran en la Plaza de Toros, en el estadio del Levante y, a veces, en descampados mínimamente acondicionados. ¿Cómo no cambiar el concepto de pabellón a arena?
Hok, un despacho de arquitectos de Estados Unidos, preparó la idea sobre la que se ha construido el RoigArena.Y Erre, un estudio de Valencia ya vinculado a la familia Roig y al Valencia Basket, desarrolló y dirigió el proyecto a partir de algunas prioridades más o menos sencillas. Nadie quería que el edificio fuese un mal vecino para la ciudad, que fuese un objeto encerrado en sí mismo ni una molestia para los edificios de viviendas que quedan a 50 metros de su fachada este. Nadie quería embotellamientos ni ruidos odiosos, ni calles colapsadas en los días de evento ni explanadas infrautilizadas las otras cinco tardes de la semana. Nadie quería tampoco que el Roig Arena fuese un edificio hipertecnológico cualquiera en una ciudad cualquiera.
«Yo acompañé a Juan en ese viaje a EEUU.Creo que vimos 12 arenas», explica el cocinero Miguel Martí, el dueño de El Telar en Valencia. «Y nos dimos cuenta de una cosa: no nos acordábamos de en qué ciudad habíamos tomado qué perrito caliente ni qué pizza, porque todos eran más o menos iguales». La anécdota es importante, porque explica algo del Roig Arena, algo del esfuerzo consciente de sus autores por vincularse a la ciudad que lo acoge. Por eso, las escamas de la fachada son piezas cerámicas y las galerías son terrazas abiertas al exterior. Y por eso, los restaurantes que van a instalarse en el Roig Arena van a ofrecer producto de proximidad en todas las gamas. Desde las hambuguesas de Hundred y los esmorzarets de La Mesedora de Algemesí, hasta las paellas que servirá Miguel Martí. ¿Paellas? «Sí, claro. Y a la leña.Cuando dijimos que había que instalar una cocina de leña en un edificio así el ingeniero nos miró como si estuviésemos locos», dice Martí. Sendra, a su lado, explica que el Roig Arena ofrecerá a sus vecinos restaurantes, espacios verdes, transporte público y cierto ajetreo en el día a día, cierta sensación de ciudad.
La dificultad para su equipo era que nadie quería tampoco que el edificio fuese una inversión dirigida a dejar pérdidas. Una de las ideas que transmite Víctor Sendra es que su primera misión es rentabilizar el RoigArena.Por eso, casi cualquier espacio interior puede ser alquilado para usos empresariales: los palcos, los lobbies, las terrazas, los camerinos, la misma pista central…
Regreso a las tripas del edificio. La escalera nos lleva a la planta calle, de vuelta al acceso principal.Desde allí, la galería que rodea al bowl es una terraza abierta a la ciudad. Cuando no haya partido ni concierto, tendrá uso civil. Los restaurantes darán de comer cada día y, sobre todo, estarán pensados para que sean más atractivos que la clásica sucesión de franquicias de comida rápida.
¿Qué preguntas tendrá que responder el tiempo? Primero: ¿hay demanda en una ciudad como Valencia para una infraestructura así? La primera temporada de conciertos en el Roig Arena está casi cerrada y la venta de entradas es satisfactoria. El alquiler de suites, palcos y entradas VIP va deprisa. Segundo: ¿aguantará esa demanda cuando pasen los años y el edificio ya no sea nuevo? Víctor Sendra dice que el público crecerá a media que el edificio sea conocido en España. El reto, entonces, será encontrar una oferta a la altura del escenario. De momento, su agenda prevé cinco conciertos al mes de media. Dani Martín, Sabina, Ana Belén, Quevedo, Loquillo…
¿Y para el baloncesto? El Valencia Basket recibió la temporada pasada, en Euroliga, casi 8.000 espectadores de media en la Fuente de San Luis, en una infraestructura incómoda. El equipo femenino tiene entradas de 3.500 personas. Otros clubes se han enfrentado antes a la incertidumbre de llenar aforos muy ampliados con y sin éxito, de modo que la apuesta tiene riesgo, pero llega en un año en el que se habla de nuevo del interés de la NBA por crear una competición en Europa. ¿No es extraño que el Valencia Basket carezca de plaza fija en la Euroliga? En el futuro, es probable que los clubes profesionales de baloncesto entren en una selección darwinista brutal. Y visto así, el Roig Arena es cuestión de supervivencia.
La visita termina en los pasillos técnicos que cuelgan de la cubierta y sobre el bowl. Todo lo que abajo parece caos, arriba es geometría y orden. ¿Algo más que decir? Sí: en el equipo de Sendra cuentan que Valencia ha vivido meses de duelo tras las inundaciones de noviembre. Que abrir en enero hubiese sido un mal trago. Pero que, precisamente por eso, la ciudad necesita ahora un aliciente así.
