Español

Vuelta al cole en la UE: Defensa, Ucrania, aranceles… y lo que Trump quiera o deje

El curso político arranca de nuevo en la Unión Europea (UE) tras un verano que ha tenido poco de descanso y desconexión. Las instituciones que representan a los Veintisiete se han pasado los meses de calor poniendo parches, tratando de taponar algunas de las fugas más acuciantes en su casa, de la guerra arancelaria con Estados Unidos a las negociaciones por la paz en Ucrania. Sin mucho éxito. No han podido aprobar, tampoco, las asignaturas pendientes con las que se fueron, sobre todo, la necesidad de una actuación firme para frenar a Israel por su ofensiva en Gaza (63.000 muertos) o la de atajar la división interna que bloquea sus políticas. 

Con toda esa mochila de deudas pendientes, esa que el europarlamentario socialista Juan Fernando López Aguilar llama «una suma de deplorables decepciones» en su blog de El HuffPost, llegamos al discurso anual sobre el Estado de la Unión. Lo pronunciará la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, el miércoles, en la sede de Estrasburgo (Francia) del Parlamento comunitario. En julio, la ultraderecha ya le presentó una moción de censura que no fue a ningún sitio por su propio origen. Ahora, la bancada crítica se puede multiplicar por demérito propio. Ya se anuncia otra votación, otro mal trago. 

El rostro de Europa, la presidenta que hace poco más de un año ganó una reelección que parecía natural, se ve hoy debilitada y cuestionada por la inacción. Son muchos frentes y todos ellos condicionados desde Washington. La ambición de la autonomía estratégica y la independencia se diluye con el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca, que todo lo impone, que todo lo condiciona. Europa se ve forzada a ceder, por ejemplo, en lo arancelario, para mantener las garantías de seguridad en materia de defensa común y así, en esa rueda de dependencia, se cuela el pago de más armamento a Kiev o peligran las normas contra los gigantes digitales. 

El margen de maniobra para la toma de decisiones propias, puras, es escaso. El reto parece no tanto avanzar, sino sobrevivir y, a ser posible, sin grandes divisiones, a los mandatos y la imprevisibilidad del republicano. Justo cuando Von der Leyen hablaba de la «Europa de la geopolítica», de dejar de ser un actor residual en el mundo, de influir, de ser escuchado y de tomar sus propias decisiones. Queda la Europa tocada, esa con la que se relame no sólo Trump, sino también el ruso Vladimir Putin

Los aranceles: mastica y traga

Europa tiene que lidiar ahora con las consecuencias del pacto arancelario que firmó con EEUU. Fue cerrado en julio, en Escocia, donde Trump jugaba al golf y hasta donde Von der Leyen acudió a verle. Desde el principio, Bruselas reconoció que era «lo mejor que se pudo conseguir», aferrándose al control de daños para justificar su firma. Los defensores del acuerdo justifican la necesidad de una paciencia estratégica con el volátil presidente de EEUU para lograr estabilidad y se olvidan de que apenas en primavera los números que al final han cuajado eran «inasumibles». Los críticos, los que querían una bazuca comercial y consecuencias duras e inmediatas, hablan de decepción, pero con el paso de las semanas lo hacen con la boca pequeña, ante lo inevitable. 

La directora general de Comercio de la Comisión Europea, Sabine Weyand, ha sido la encargada en esta vuelta al cole de confirmar las malas sensaciones. La semana pasada, afirmó al diario alemán Süddeutsche Zeitung que no se había producido «ninguna negociación propiamente dicha» con EEUU, en realidad, sino más bien un compromiso estratégico en favor de la seguridad europea. «No se trataba de un equilibrio clásico de intereses, sino de la garantía de un paquete político más amplio», añadió. 

La explicación es clara: la UE accedió a comerse tasas del 15% a sus exportaciones a EEUU y a comprar más a la primera potencia mundial, sin que haya impuestos similares a la otra parte contratante ni logre venderle más bienes made in EU, para tener estabilidad. Ha hecho una inversión para mantener a Trump comprometido con Europa, sobre todo en materia de Defensa común, una garantía con la que el neoyorquino ya jugó en la cumbre de la OTAN en La Haya (Países Bajos), en junio. Detrás está también, en concreto, el compromiso de la Casa Blanca de seguir armando a Ucrania en su guerra de invasión con Rusia. 

La duda ahora es: ¿es mejor un mal acuerdo que un no acuerdo, como defiende el gabinete de Von der Leyen? Vienen los meses críticos para la aplicación de las tasas, cuando de veras se verá si hay daño a la economía europea y en qué grado. Los detalles finos del acuerdo aún pueden generar, además, división entre los aliados, en función de las áreas comerciales que se vean afectadas. 

Desde el Consejo Europeo, su presidente, Antonio Costa, ya pidió hace unos días a los socios que abran los ojos. Igual que el presidente de Francia, Emmanuel Macron, sacudió al mundo en agosto de 2022 decretando el «fin de la abundancia» y pidiendo «esfuerzos» y «sacrificios» a los europeos, el portugués defendió el día 1 en el Foro Estratégico de Bled (Eslovenia) que «la era de la ingenuidad ha terminado» y que la paz sin una defensa creíble no es más que una «ilusión». «Ciertamente, no nos alegra el regreso de los aranceles ni los límites de un marco comercial desequilibrado. Sin embargo, debemos ser honestos con respecto a la situación en su conjunto. En el mundo interconectado de hoy en día, el comercio, la diplomacia y la seguridad están inevitablemente vinculados», enfatizó.

Es la clave de bóveda de esta temporada, la que todo lo explica: básicamente, sin seguridad, no vale un acuerdo comercial, sea bueno o sea malo. Está por ver si, argumentario aparte, la idea también justifica lo por venir. De momento, pese a la paz firmada, EEUU ya empieza con nuevas exigencias: el Congreso norteamericano, con mayoría republicana, ha celebrado esta semana una audiencia sobre la reglamentación del sector, titulada «La amenaza de Europa a la libertad de expresión e innovación en Estados Unidos». De frente, buscaba poner de relieve cómo «las leyes europeas de censura en línea (…) amenazan el derecho de los estadounidenses a expresarse libremente en línea». 

Las leyes de la UE y, en particular, la Ley de AI y las Leyes de Mercados Digitales (DMA) y de Servicios (DSA), han sido objeto de críticas desde el momento en que Trump regresó a la Casa Blanca en enero. Funcionarios del Gobierno estadounidense, así como consejeros delegados de los gigantes tecnológicos del país, se han sumado a las críticas y han afirmado que las normas son injustas. Puede que si esa «discriminación» sigue, los aranceles suban. 

Ucrania y la defensa

El nuevo curso viene también marcado por las negociaciones entre Rusia y Ucrania para poner fin a la invasión de la Federación, lanzada el 24 de febrero de 2022. Trump impulsó el proceso desde su retorno al cargo, en enero, pero sin resultados por ahora. En este verano, las cosas se han acelerado en lo formal y en lo diplomático, pero no sobre el terreno, donde Rusia sigue con su acelerada campaña de estío, intentando avanzar sobre todo en la preciada zona del Donbás

Agosto ha visto pasos insólitos, como el encuentro entre Trump y Putin el Alaska (EEUU), el día 15. Una cita de la que no salieron compromisos pero con la que Washington recolocó al ruso en el plano internacional, lo sacó del ostracismo y el aislamiento de estos años de guerra y lo rescató como interlocutor válido, con apretón de manos, sonrisas y viaje en limusina incluidos. De nuevo, parecía imponerse la idea de que EEUU y Rusia avanzaban en un pacto sin contar con la parte agraviada, Ucrania, ni con sus mayores aliados, los europeos. 

Sin embargo, la presión de estos meses ha surtido efecto (eso, y el enfado de Trump con Putin, que se ha dado cuenta de que le estaba tomando el pelo para ganar tiempo) y esta vez el norteamericano recibió también el Washington al presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, acompañado de la propia Von der Leyen y del presidente francés, Macron, y el canciller alemán, Friedrich Merz. Tras el desdén inicial, Europa al menos se sentaba a la mesa. 

Su hoja de ruta en este conflicto es apoyar a la llamada Coalición de Voluntarios o Dispuestos, que este jueves se citaron en París con el apadrinamiento de Macron y del primer ministro de Reino Unido, Keir Starmer. La meta de los 35 países aliados es certificar las garantías de seguridad que se comprometen a dar a Ucrania, en caso de acuerdo de paz o de alto el fuego. Estas naciones han estado dispuestas incluso a enviar un cuerpo de paz a Ucrania pero, sobre todo, ahora necesita responder a las exigencias de Trump para que los europeos asuman el grueso de su propia seguridad y de su aliado invadido. 

De la cita parisina salió el compromiso de una veintena de países de estar militarmente presentes en Ucrania una vez termine la guerra, «en la tierra, el mar o en los aires», en palabras de Macron. El anuncio pretende ser defensivo, no ofensivo: se busca «garantizar la paz y aportar claramente una señal» para «prevenir cualquier nueva gran agresión», teniendo en cuenta que Putin no abandona su sueño del «mundo ruso». Los detalles de quién pondrá qué y hasta dónde se definirán en los próximos días y se entregarán a EEUU, para que vea que Europa tiene un plan y está dispuesto a ponerlo en marcha, uno que le resuelve el problema de la protección de Ucrania. 

Por ahora, a Trump le están saliendo bien las cosas porque ha logrado un compromiso de sus socios europeos de la OTAN para que sean ellos los que paguen el nuevo armamento que debe llegar a manos de los de Zelenski. Sí, habrá material norteamericano, pero no será Trump quien pague. Un win win para su administración y sus empresas. 

Además, los países de la Unión tienen pendiente qué hacer con los fondos congelados a Rusia para apoyar a Ucrania, pero siguen divididos sobre cómo hacerlo, sobre todo en torno a la cuestión de si pueden, o deben, incautarlos en su totalidad. Se prevé que la Comisión presente varias opciones dentro de dos meses, respaldadas por una evaluación jurídica. Igualmente, hay que estar atentos a nuevos paquetes de sanciones, sobre todo después de que la semana pasada, en un ataque masivo sobre Kiev, resultasen alcanzadas unas oficinas en la capital ucraniana. «Estamos ejerciendo la máxima presión sobre Rusia. Eso significa endurecer nuestro régimen de sanciones. Pronto presentaremos nuestro decimonoveno paquete de duras sanciones», recalcó entonces Von der Leyen.

Ucrania es el mayor reto de seguridad que hoy afronta la UE -y que afrontará en el futuro próximo- y el que ha hecho que toda la arquitectura de Defensa se ponga patas arriba. Lo que antes era un debate secundario, ahora es prioridad. El problema, de nuevo, es que el Libro Blanco presentado en marzo, tan ambicioso, tiene hoy un difícil cumplimiento precisamente por las condiciones que ha ido imponiendo EEUU: del gasto del PIB a los socios de la Alianza Atlántica (van a dedicar un 5% y «Europa paga a lo grande», como celebró su secretario general, Mark Rutte) al tipo y origen del gasto, condicionado por el acuerdo arancelario, que incluye 600.000 millones de dólares adicionales en equipamiento que se van a adquirir a empresas de EEUU.

Europa navega entre esos compromisos y su convencimiento, fijado negro sobre blanco, de que tiene que reforzar su propia industria en la materia. La Comisión presentará al Consejo informal de líderes del mes de octubre un plan quinquenal destinado a «mejorar y acelerar las capacidades de defensa de Europa, a la velocidad y la escala necesarias», según ha avanzado el equipo de Von der Leyen, y también prevé establecer un balance semestral de las inversiones de los Estados miembros. 

Será el momento de ver por dónde van las cosas y si ese marco pactado de seguridad independiente y sin servidumbres, con inversiones millonarias y compras conjuntas, se puede sostener en este segundo mandato trumpista. También, de pulsar el compromiso de los socios con esta apuesta, porque ya han surgido voces críticas. Hungría, por ejemplo, está en contra de un préstamo común para el rearme de Europa, aunque sí apoya una política de defensa común. No ve claro lo de la «amenaza existencial» que representa Rusia. 

La estrategia de defensa prevé atraer alrededor de 800.000 millones de euros en cuatro años, de los cuales 650.000 millones se obtendrán de los presupuestos de los países europeos y otros 150.000 millones se utilizarán en forma de préstamos. Esos préstamos pueden empezar a llegar a finales de año o enero a más tardar, dice la CE. Los Gobiernos que han solicitado el dinero tienen hasta el 30 de noviembre para informar a la Comisión de cómo piensan gastar el dinero, que es finalista y puede utilizarse para adquirir equipos de defensa, como munición o sistemas de defensa aérea, para uso nacional o para su envío a otros países, como Ucrania. También puede invertirse en movilidad militar, mediante la modernización de las rutas de transporte de las fuerzas armadas.

Gaza, retrato de una ausencia

Europa en Gaza es ausencia. Von der Leyen ya fue criticada por parcial ante los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023 y la ofensiva posterior de Israel en la franja, que aún dura, pero es que en estos casi dos años de agresión ha sido de hielo ante el conflicto. No es sólo que sea complicadísimo poner de acuerdo a 27 estados, cuando entre ellos está la Alemania que generó el holocausto judío o la Hungría que no detiene a Benjamin Netanyuahu, el primer ministro israelí, aunque haya una orden internacional para ello. Es que no ha dado pasos propios y los que habían cuajado se han desmoronado. 

La conservadora tuvo en su primer mandato como jefe de la diplomacia comunitaria al español Josep Borrell, que hasta llegó a diseñar una hoja de ruta para el reconocimiento del Estado palestino, que presionó para que las ayudas en cooperación no se cortasen (como quería parte de la UE como castigo a Hamás, como si todo el monte fuera orégano), que impulsó cumbres internacionales y pidió sanciones a Tel Aviv por sus violaciones del derecho internacional. El nuevo gabinete, en el que el puesto de Exteriores recayó en Kaja Kallas, olvidó ese empuje, más centrado en Ucrania. 

Desde entonces, Europa se ha enzarzado en lentos e improductivos debates. Accedió a revisar el Acuerdo de Asociación UE-Israel, porque el artículo 2 de ese texto sostiene que su aplicación depende del respeto a los derechos humanos por las partes. A tenor de los informes de Naciones Unidas que constatan un genocidio en Gaza, el acuerdo debería ser papel mojado, pero es que la propia Bruselas ha elaborado un informe en el que reconoce que hay «indicios» de que Israel viola las leyes de la guerra en suelo palestino.

Tras esta conclusión, las dos partes llegaron a un acuerdo por el que Israel aumentaría «sustancialmente» el acceso de la población civil a alimentos y medicinas dentro del enclave para evitar que la UE tomara medidas por el incumplimiento. Sin embargo, Bruselas afirma que no se ha producido ninguna mejora material para los palestinos y, según fuentes comunitarias, la UE no ha podido verificar de forma independiente las afirmaciones de Israel de que está permitiendo que lleguen más camiones de ayuda a la población hambrienta. La ONU, de hecho, ha pedido a Netanyahu que se deje ya de «mentiras» al respecto. En julio, la CE también fracasó al intentar excluir a Israel del fondo tecnológico Horizonte Europa, dotado con 95.000 millones de euros, por la oposición de Alemania e Italia. 

Ahora vienen unas semanas importantes, en las que se espera una cadena de reconocimientos del Estado palestino como forma de presión a Tel Aviv, a la que se sumarán países europeos como Francia o Bélgica. Eso va a imprimir una enorme tensión en la UE y a reabrir el debate sobre lo poco que se está haciendo para frenar a Netanyahu y sus matanzas. Si la UE quiere ser un actor con voz en el mundo, en Gaza no se le oye. 

La clave interna

Europa tiene otras materias, más en clave interna, que deberá afrontar desde este septiembre, empezando por la implementación de la transición verde (edulcorada para contentar al campo), la apuesta total por la agenda digital, la aplicación de los nuevos procesos de simplificación para impulsar la «Brújula de Competitividad» y el avance en el Pacto de Inmigración y Asilo, que será aplicable en los Estados miembros a partir de junio de 2026, pero queda el debate parlamentario doméstico. 

En lo político, destaca especialmente el debate de la ampliación, con la meta en una Europa que puede llegar a los 35 aliados. Ucrania, de nuevo, es la que roba el protagonismo a las demás, abordando un proceso acelerado como manera de proteger al país del expansionismo ruso. No hay una fecha definida para su ingreso, pero en 2022 obtuvo el estatus de país candidato y en junio de 2024 se iniciaron oficialmente las negociaciones de adhesión, un proceso largo que requiere que Kiev cumpla con requisitos de democracia, Estado de derecho y economía de mercado para poder ingresar. 

En la lista de candidatos están también Albania, Bosnia y Herzegovina, Georgia, Moldavia, Montenegro, Macedonia del Norte, Serbia y Turquía. 

En materia puramente económica, habrá que estar pendientes de las relaciones con China, que tanto Bruselas como Pekín quieren impulsar ante la pelea arancelaria de EEUU, pero donde no hay consenso: los europeos quieren una balanza más equilibrada y justa. El suministro de materiales críticos o la guerra por los coches eléctricos amenaza con tener protagonismo. También el desarrollo del acuerdo con Mercosur, una de las apuestas independientes más raros de estos meses. El pasado miércoles, la CE propuso este miércoles pactos provisionales para aplicar «cuanto antes» la parte comercial de los pactos, lo que «esquiva que tengan que ser aprobados individualmente por cada Estado miembro», informa además EFE.

Moción a la vista

Tarea aparte, Von der Leyen empieza el curso político con otra petición de moción, en este caso del grupo de La Izquierda en el Parlamento Europeo. Comenzó a recoger firmas para ello el pasado jueves. Suena duro, y es que lo es: sería la segunda moción de censura contra la germana en este mandato. 

El texto en el que argumentan su paso estos partidos denuncia el acuerdo comercial al que Bruselas llegó con Washington, que tildan de «perjudicial, asimétrico y no recíproco», y en el recién presentado entre la UE y Mercosur,  que «supone una amenaza para los agricultores, el medio ambiente y la salud pública», a su entender. 

También condenan, con especial dureza, que la UE no haya actuado «en respuesta a los brutales ataques militares del Gobierno israelí y a las violaciones sistemáticas del derecho internacional y humanitario en Gaza», y lamentan que este Ejecutivo no haya abordado seriamente las crisis climática y social.

Una moción de censura requiere el apoyo de una décima parte de la Eurocámara (72 diputados) para llegar a debatirse en el hemiciclo y votarse. Si quisieran presentar las firmas antes del próximo jueves, el requisito se eleva a 144 diputados por estar aún en los dos meses inmediatamente posteriores a la última moción de censura, recuerda EFE. Sólo la intención ya refleja la tensión contra una CE en apuros.